En octubre de 2017 compartí una ponencia en el II Congreso Educativo Lasallista Latinoamericano (pag. 85-97 de las memorias) y me permití afirmar que desde la perspectiva del lenguaje y la experiencia religiosa de los jóvenes universitarios existe una discrepancia importante entre lo que es el discurso tradicional religioso y lo que los jóvenes viven y sienten.
Pero –y esto va más allá de la ponencia-, ¿no está pasando lo mismo a otros niveles?
No es necesario hacer ninguna investigación para darnos cuenta que en la vida de quienes vivimos en el siglo XXI, jóvenes y gente más aventajada en la edad, ciertos términos, tradiciones y experiencias ya no tienen el mismo significado y esto vale para la religión como para la vida familiar y la política.
Decimos una cosa y hacemos otra.
En la política se nos habla de progreso como nunca antes lo habíamos tenido y al mismo tiempo vemos que uno tras otro, los partidos políticos y los funcionarios están embarrados de corrupción. Discursos impecables junto a hechos vergonzosos que la misma ley protege para que jamás sean castigados. Nos hablan de democracia y nuestra voz no cuenta…
Nuestra mente busca claridad y serenidad e inconscientemente elige: ¿Con qué nos quedamos, con la confusión que nos generan los hechos o con lo que –aunque no sea verdadero- nos da certidumbre?
La historia no nos deja mentir y creo poder afirmar que nuestro cerebro y nuestro corazón eligen lo que deseamos que suceda y las narraciones que construimos pretenden ser historias coherentes y certeras. En las historias de guerras y revoluciones tanto el héroe como el rebelde eliminaron a muchos de sus semejantes, pero al primero se le construye un monumento para ensalzarlo y al segundo se le desprecia y se le tacha de villano.
En una época de cambios, en nuestro siglo XXI es preciso tomar conciencia. Es un ejercicio difícil y poco común el liberarse de prejuicios y recuperar la objetividad. Tal vez sea imposible lograrla pues cada uno es juez y parte en su propia vida, pero al menos darnos cuenta que hay quien, con toda intención quiere manipularnos es ya un paso.
Y esto puede ser válido a todos los niveles: religioso, político, familiar, social…
¿Sobre qué puntos de referencia movernos en un mundo como el nuestro en continuo movimiento? Pocos buscan dogmas infalibles o principios inamovibles…
Como concluía en la citada ponencia: “Nadie nos puede dar un “Manual infalible para vivir en el siglo XXI”, pero todos podemos ir encontrando señales en el camino que nos permitan caminar con valor y profunda conciencia por derroteros que nadie jamás ha recorrido… Los interrogantes existenciales que la tecnología no nos puede responder seguirán siendo un espacio privilegiado para encontrar sentido a esta existencia que vivimos una sola vez. Tal vez el equilibrio en el nuevo mundo no vendrá de nuevas normas ni de leyes estables o de estructuras inamovibles sino del mismo movimiento, como el ciclista que se sostiene gracias a su movimiento.”
Aunque parezca extraño a más de alguno, pero las palabras de Facundo Cabral nos pueden ayudar en estos momentos: “No me pidas que me quede si por andar te he encontrado.”
Gerardo Antonio Díaz Jiménez